domingo, 2 de agosto de 2009

EL ENEBRO Y OTROS CUENTOS DE GRIMM


Hace relativamente poco tiempo llegó a mis manos el libro de editorial Lumen, que recopila en dos tomos varios de los cuentos que los famosos hermanos Grimm publicaron los primeros años del siglo XIX y en los cuales se basaron tantas historias de grandes productoras de cine como la Disney. Lo realmente hermoso de esta recopilación –Realizada por Lore Segal y Maurice Sendak– es la sencillez de los relatos que resultan de la transcripción de la tradición oral alemana, lo que nos permite apreciar la belleza real de estos cuentos, al no estar opacados por todo el maquillaje que grandes empresas como la antes mencionada, han ido añadiendo con los años.
A continuación, les presento el cuento que da nombre al libro. Se han eliminado algunas partes, no por evitar la copia textual del documento, sino por simple egoísmo, que no me permite que una joya así se transmita tan libremente. Así pues, las personas que deseen leer el cuento completo deberán adquirirlo, la cual es la más acertada de las decisiones, puesto que se llevan un libro de gran calidad desde sus hojas hasta su pasta, y que además cuenta con ilustraciones de increíble detalle, realizadas por el mismo Lore Segal


EL ENEBRO

Hace ya mucho tiempo, unos dos mil años, vivía un hombre rico que tenía una mujer piadosa y bella, y los dos se querían muchísimo, pero no tenían hijos, aunque deseaban ardientemente tenerlos, y la mujer rezaba día y noche para conseguirlos, pero los hijos no llegaban y no llegaban. Delante de la casa, en el patio, había un enebro y una vez, en invierno, estaba la mujer bajo él mondándose una manzana, cuando se hizo un corte en el dedo y la sangre cayó sobre la nieve.
-¡Dios mío! – Dijo la mujer, y suspiró profundamente porque, al ver la sangre delante de sus ojos, se había puesto melancólica-. ¡Ojalá tuviera un hijo tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve!
Apenas lo hubo dicho, se sintió muy feliz, porque tuvo la sensación de que aquello se iba a cumplir, y regresó a la casa. Pasó un mes, y la nieve se derritió; pasaron dos meses, y todo se puso verde; pasaron tres meses, y salieron las flores de la tierra; pasaron cuatro meses y todos los árboles estallaban en el bosque y las ramas verdes se entrelazaban entre sí y los pajarillos cantaban y su canto resonaba por todo el bosque y las flores caían de los árboles; transcurrió el quinto mes, y la mujer se puso debajo del enebro que olía maravillosamente, y el corazón le saltaba de alegría y cayó de rodillas; y, cuando hubo transcurrido el sexto mes, las bayas del árbol crecieron y engordaron y la mujer se puso pensativa; y, en el séptimo mes arrancó una baya y la comió ansiosa, y entonces se puso muy triste y enfermó; y, cuando transcurrió el octavo mes, se acercó a su marido y le dijo llorando: “Cuando yo muera, entiérrame debajo del enebro.” después se tranquilizó y volvió a sentirse contenta hasta que pasó el noveno mes, en el que dio a luz un niño tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve, y, cuando lo vio, se sintió tan feliz, tan feliz, que se murió.
Entonces el marido la enterró debajo del enebro y se echó a llorar y estuvo llorando durante muchísimo tiem­po. Pero después se tranquilizó y, cuando hubo llorado un poco más, dejó de hacerlo y, cuando hubo transcurri­do un poco más de tiempo, volvió a casarse.
Con la segunda mujer tuvo una hija. El hijo de la pri­mera mujer era un varón, rojo como la sangre y blanco como la nieve. Cuando la mujer miraba a su hija, sentía muchísimo cariño por ella, pero, cuando miraba al niño, se le encogía el corazón y pensaba que era un estorbo. Y siempre estaba meditando cómo se las arreglaría para que todos los bienes pasaran en herencia a su hija, y era el diablo quien le inspiraba estos pensamientos, y la mujer le cogió, pues, mucha inquina al pequeño, y lo empujaba de un lado a otro y le daba tantos pellizcos que el pobre niño estaba siempre muerto de miedo delante de ella. En cuanto llegaba de la escuela, no tenía un minuto de tran­quilidad.
Un día, la niña entró en la habitación donde estaba su madre y le dijo:
—Madre, dame una manzana.
—Sí, cariño —dijo la madre, y sacó para ella una man­zana muy bonita de un baúl que tenía la tapa grande y pesada y una enorme cerradura de metal.
—Madre —dijo entonces la niña—, ¿no podrías darle también una manzana a mi hermanito?
Esto no le gustó nada a la mujer, pero, sin embargo, dijo:
—Sí, en cuanto llegue de la escuela.
Y, al mirar por la ventana y ver que el niño ya llegaba, se sintió de repente como poseída por el demonio, y le volvió a quitar la manzana a su hija, mientras le decía:
—Tú no tendrás la manzana hasta que la tenga tu her­mano.
Diciendo estas palabras, arrojó la manzana dentro del baúl y lo cerró. Cuando entró el niño en la casa, el demo­nio inspiró a la mujer, que dijo amablemente:
—Hijo mío, ¿quieres una manzana? —y le lanzó, al decirlo, una mirada de odio.
—Madre —dijo el chiquillo—, ¡qué rara estás hoy! Sí, dame una manzana.
—Ven conmigo —le dijo la mujer, animándolo, y "abrió la tapa del baúl—. Coge por ti mismo una man­zana.
Y, cuando el chiquillo se inclinó hacia el interior del baúl para coger la manzana, el diablo volvió a tentar a la mujer y, plof, la mujer cerró la tapa de golpe, de modo que le cortó al niño la cabeza, y la cabeza rodó entre las manzanas. Entonces la mujer se sintió aterrada y pensó: «¡Ojalá pudiera no haber hecho lo que he hecho!» Fue a su habitación, sacó del último cajón de la cómoda un pañuelo blanco, volvió a colocar la cabeza encima del cuerpo, la sujetó con el pañuelo de modo que no se pu­diera notar nada, sentó al niño en una silla delante de la puerta y le puso la manzana en la mano.
Entonces Marlenita, la hermana, entró en la cocina y se acercó a su madre, que estaba junto al fuego, revolviendo el contenido de un perol.
—Madre —dijo Marlenita—, mi hermano está sentado delante de la puerta, muy pálido y con una manzana en la mano, y, cuando le he pedido que me la diera, no me ha contestado, y tengo miedo.
—Vuelve junto a él —dijo la madre— y, si no te quiere contestar, dale un pescozón.
Entonces Marlenita salió de la casa y le dijo a su her­mano:
—Hermano, dame la manzana.
Pero él siguió callado, de modo que la niña le dio un pescozón y la cabeza cayó al suelo. La niña se asustó mu­chísimo, se echó a llorar y a gritar, corrió hacia su madre y le dijo:
—¡Ay, madre, le he arrancado la cabeza a mi hermano! Y lloraba y lloraba y no había modo de tranquilizarla.
—Marlenita —dijo la madre—, ¿qué te pasa? Tienes que tranquilizarte, para que no se dé cuenta nadie. La cosa ya no tiene remedio. Voy a meterlo con el cocido.
Así pues, la madre cogió al chiquillo, lo cortó en peda­zos, metió los pedazos en la cazuela y los guisó. Pero Marlenita estaba allí y no dejaba de llorar, y todas sus lágrimas cayeron en la cazuela, de modo que no fue pre­ciso añadir sal.
Entonces llegó el padre a la casa, se sentó a la mesa y preguntó:
—¿Dónde está mi hijo?
La madre llevó a la mesa una gran fuente con el cocido, mientras Marlenita seguía llorando sin poder parar.
Y el padre preguntó otra vez:
—¿Dónde está mi hijo?
—Ah —dijo la madre—, se ha marchado de aquí para visitar a su abuelo, y quiere quedarse con él algún tiempo.
—¿Qué se le ha perdido allí? ¡Y ni siquiera se ha despe­dido!
—Bueno, tenía tantas ganas de irse que me pidió a mí permiso para pasar unas seis semanas con el abuelo. No tienes por qué preocuparte, lo tratarán bien.
—¡Ay! —dijo el padre—. ¡Me siento muy triste! No ha obrado bien, hubiera debido decirme adiós. En esto empezó a comer y siguió diciendo:
—Marlenita, ¿por qué lloras? Tu hermanito volverá. —Y añadió enseguida—: ¡Mujer, qué sabroso te ha sali­do hoy el cocido! Ponme más.
Y cuanto más comía, más quería comer, y siguió di­ciendo:
—¡Dame más! ¡Dame todo lo que queda! ¡Es como si fuera algo mío!
Y comía y comía, e iba echando los huesos debajo de la mesa, hasta que lo hubo terminado todo.
Pero Marlenita se dirigió a la cómoda, sacó del último cajón su mejor pañuelo de seda, recogió todos los huesos y huesitos de debajo de la mesa, los envolvió en el pañue­lo de seda, salió de la casa, sin dejar de llorar amargas lágrimas, depositó los huesos al pie del enebro y también ella se tumbó allí, sobre la verde hierba y, en cuanto se hubo tumbado, sintió tal consuelo que dejó de llorar. Entonces el enebro empezó a moverse, y las ramas se ex­tendían y se encogían, como si fueran manos que alguien agitaba muy alegre. Fue surgiendo una niebla del árbol, y dentro de la niebla ardía algo parecido a un fuego, y del fuego surgió volando un pájaro muy hermoso, que can­taba con gran dulzura, mientras se iba elevando en el cie­lo. Y, en cuanto hubo desaparecido el pájaro, el enebro volvió a estar como antes, pero el pañuelo con los huesos había desaparecido también. Y Marlenita se sintió tan consolada y alegre como si su hermano estuviera todavía con vida.
Volvió a la casa muy contenta, se sentó a la mesa y se puso a comer.
El pájaro, entre tanto, había volado hasta muy lejos. Se posó en el tejado de un orfebre y se puso a cantar:
Me mató mi madre,
me comió mi padre,
pero mi hermanita,
la fiel Marlenita,
puso mis huesitos en un pañuelito
y al pie de un enebro los depositó.
Con el pío pío,
¡oh, qué pajarillo tan lindo soy yo!
El orfebre estaba ocupado en su taller, haciendo una cadena de oro, y, al oír al pájaro que cantaba en su tejado, pensó que era una melodía bellísima. Se levantó pues, pero, al cruzar el umbral de la casa, perdió una zapatilla. Salió así a la calle, con una sola zapatilla y un calcetín, el mandil de cuero, la cadena de oro en una mano y en la otra unas tenazas. Y el sol resplandecía y alumbraba la calle. El orfebre se detuvo, al ver al pájaro, y le dijo:
—¡Pájaro, qué bonito es tu canto! ¡Canta otra vez esta canción!
—No —replicó el pájaro—, yo no canto dos veces la misma canción a cambio de nada. Dame la cadena de oro y entonces sí la cantaré otra vez.
—Toma —le dijo el orfebre—, aquí tienes la cadena de oro. Y ahora vuelve a cantar.
Bajó el pájaro, cogió la cadena con la pata derecha, se situó delante del orfebre y empezó a cantar otra vez su canción
El zapatero lo oyó, salió corriendo en mangas de cami­sa, se paró delante de la casa y miró hacia el tejado. Tuvo que ponerse las manos como visera para que no le des­lumbrase el sol.
—Pajarito —le dijo—, ¡qué bonito es tu canto! Asomó la cabeza dentro de la casa y llamó a su mujer:
—Ven aquí, mujer, hay un pájaro. ¡Mira lo bien que canta este pájaro!
Y llamó a su hija y a los niños y a los aprendices y a las criadas y a los criados, y todos salieron a la calle y vieron lo bonito que era el pájaro, con las plumas rojas y verdes, el cuello que parecía de oro puro y los ojos que brillaban como estrellas.
—Pájaro —dijo el carpintero—, vuelve a cantar tu can­ción.
—No —dijo el pájaro—, yo no canto dos veces la mis­ma canción a cambio de nada. Tienes que regalarme algo.
—Mujer —dijo el zapatero—, ve al taller. En el estante de arriba hay un par de zapatos rojos. Tráelos aquí. La mujer fué a buscar los zapatos.
—Toma, pájaro —dijo el hombre—, y vuelve a cantar la canción.
El pájaro bajó entonces, recogió los zapatos con la pata izquierda, volvió al tejado y se puso a cantar.
Cuando acabó de cantar, se alejó volando, con la cade­na en la pata derecha y los zapatos en la pata izquierda. Y voló hasta el molino, que hacía: «klipi klape, klipi klape, klipi klape». Y delante del molino estaban sentados vein­te mozos, dale que dale a una piedra de moler, que hacía: «clic cloc, clic cloc, clic cloc», y el molino seguía rodan­do: «klipi klape, klipi klape, klipi klape». Entonces el pá­jaro se posó en un tilo que crecía delante del molino y cantó:
Me mató mi madre... Y uno de los mozos dejó de trabajar.
... me comió mi padre... Y fueron dos los que pararon para escucharle.
...pero mi hermanita, la fiel Marlenita... Y pararon otros cuatro.
... puso mis huesitos en un pañuelito... Y ahora eran ya sólo ocho los que golpeaban.
.. .y al pie de un enebro... Y ahora sólo trabajaban cinco.
...los depositó. Y sólo trabajaba uno.
Con el pío pío, ¡oh, qué pajarillo tan lindo soy yo!
Entonces también dejó de trabajar el último molinero, que sólo había oído el final de la canción, y dijo:
—¡Pájaro, qué bonito es lo que cantas! Deja que yo oiga también entera la canción. Cántala otra vez.
—No —dijo el pájaro—, yo no canto dos veces sin que me den algo a cambio. Dame la piedra de moler y la vol­veré a cantar.
—Sí —dijo el molinero—. Si fuera sólo mía, te la daría con gusto.
—Sí —dijeron los otros molineros—. Vuelve a cantar la canción y la piedra será tuya.
Entonces el pájaro se acercó y los veinte molineros lo miraron asombrados. Levantaron la piedra —¡ulaop!, ¡ulaop!—, y el pájaro metió la cabeza por el agujero, de modo que la piedra quedó alrededor de su cuello como si fuera un collar. Volvió a subir al árbol y se puso a cantar.
Cuando terminó la canción, se alejó volando, con la cadena en la pata derecha, los zapatos en la pata izquierda y la piedra de moler en torno al cuello. Y voló hasta la casa de su padre.
El padre, la madre y Marlenita estaban sentados a la mesa, y el padre decía:
—¡Ah, qué contento estoy! ¡Qué bien me siento!
—Yo no —dijo la madre—, yo me siento asustada, como si fuera a estallar una gran tormenta.
Marlenita estaba sentada allí, y lloraba y lloraba y no paraba de llorar.
Entonces llegó volando el pájaro y, cuando se posó en el tejado, el padre dijo:
—Ah, estoy tan contento y el sol brilla de un modo tan hermoso. ¡Es como si fuera a volver a ver a alguien cono­cido!
—No —dijo la mujer—. Yo tengo mucho miedo, y me castañetean los dientes y es como si tuviera fuego en las venas.
Y, mientras decía estas palabras, se desgarró el corpiño y el vestido. Marlenita seguía sentada en el rincón, llora que llora, y, como tenía la trenza delante de los ojos, la empapó de llanto.
Entonces el pájaro se posó en el enebro y empezó a cantar:
Me mató mi madre...
Y la madre se tapó los oídos y mantuvo bien cerrados los ojos, porque no quería ver nada ni oír nada, pero los oídos le zumbaban como si se hubiera desatado dentro de ellos una horrible tormenta y los ojos le ardían y reful­gían como relámpagos.
...me comió mi padre...
—¡Ah, mujer! —dijo el hombre—. ¡Mira qué pájaro tan hermoso hay allí y lo maravillosamente que canta! ¡Mira cómo reluce y calienta el sol, y lo bien que huele todo a canela!
...pero mi hermanita, la fiel Marlenita...
Entonces Marlenita apoyó la cabeza en las rodillas, sin dejar de llorar, y el hombre dijo:
—Voy a salir fuera. Quiero ver a este pájaro más de cerca.
—¡No, por Dios, no vayas! —dijo la mujer—. ¡Me siento como si toda la casa estuviera en llamas! Pero el hombre salió y miró al pájaro.

...puso mis huesitos en un pañuelito
y al pie de un enebro los depositó.
Con el pío pío,
¡oh, qué pajarillo tan lindo soy yo!

En este momento, el pájaro dejó caer la cadena de oro, que cayó justamente alrededor del cuello del hombre y quedó allí bien puesta como un collar. Entonces el hom­bre entró en la casa y dijo:
—¡Mira qué pájaro tan maravilloso! ¡Me ha regalado esta maravillosa cadena de oro! ¡Fijaos en lo maravillosa que es!
Pero la mujer sintió tanto miedo que se desmayó, cuan larga era, en el suelo de la habitación y el gorro se le cayó de la cabeza.
Entonces volvió a cantar el pájaro:
Me mató mi madre...
—¡Ah, ojalá estuviera yo mil metros debajo de la tierra para no tener que oír esto! —dijo la mujer.
...me comió mi padre... Entonces la mujer quedó como muerta.
...pero mi hermanita, la fiel Marlenita...
—¡Ah! —dijo Marlenita—. ¡También yo quiero salir de casa y ver si el pájaro me regala algo! Y salió de la casa.
... puso mis huesitos en un pañuelito...
Entonces el pájaro dejó caer los zapatos.
...y al pie de un enebro los depositó. Con el pío pío, ¡oh, qué pajarillo tan lindo soy yo!
Y la niña se puso muy contenta. Cogió los zapatos ro­jos y entró, saltando y bailando, en la casa.
—¡Vaya! —dijo—. ¡Estaba tan triste cuando salí de la casa y ahora entro tan alegre! ¡Qué pájaro tan maravillo­so, el que me ha regalado un par de zapatos rojos!
—¡No, no! —gritó la mujer, y se puso en pie de un salto, y los cabellos se le inflamaron como llamas—. ¡Me siento como si fuera a derrumbarse el mundo! ¡Yo tam­bién voy a salir fuera, para ver si me encuentro mejor!
Y, en cuanto salió, ¡cataplum!, el pájaro le dejó caer la piedra de moler encima de la cabeza, y la piedra la aplas­tó. El padre y Marlenita oyeron el estruendo y salieron a ver qué pasaba. Y vieron que en el sitio donde había esta­do la mujer surgía humo y fuego y llamas y, cuando todo hubo acabado, allí estaba de nuevo el hermanito. Y cogió a su padre y a su hermanita de la mano, y los tres se sentían muy felices, y entraron en la casa a comer.


6 comentarios:

Unknown dijo...

Hola me parece muy interesante el cuento y la critica que propones; realmente, en este cuento se rescata la belleza de la tradición oral alemana ya que no es el típico cuento infantil al estilo comercial de Disney. La trama del cuento me pareció fuerte, cruda en algunas partes, incluso horrorosa diría yo, como cuando el padre se come al amado hijo sin saberlo.

Me parece muy enriquecedor poder recopilar cuentos a partir de la tradición oral, lo más original posible, aunque me gustaría poder conocer en qué historia más o menos cercana a la realidad se basaron para la creación del cuento, ya que antiguamente los cuentos eran creados con el fin de dejar una enseñanza.

Tavo C dijo...

Que fuerte el cuento!!! pero me parece super bien que omitas ciertas partes, porque dejan picado!!! quiero leer mássss!!!! y los pocos cuentos de esta misma recopilación que yo e leído, son super buenos tambien, y les relacionas con lo que te leían tus papis cuando niño... y dices jmmm no a sido tan inocente el cuento despues de todo!!!

nena landazuri dijo...

Que bueno tenerte de amigo, me hubiera pasado la vida convencida de que los finales felices existen jaja...

Los cuentos del Enebro son maravillosos, gracias por compartirnos este!!

Ruth Moscoso dijo...

Estoy en el punto en el que casi no llego a soportar escuchar las palabras: Recursos Humanos, Desarrollo Organizacional, Gestión del talento, etc.
Por eso y porque me encanta leer, es en verdad refrescante ingresar en este blog.

Fatima P. dijo...

Leito, me gusto mucho su blog, a Maturana y Varela como olvidarlos, marcaron un hito en mi conocer. Me encanto el cuento, definitivamente me voy a comprar...

saludos

Fatty

Heidi Ferber dijo...

cumpli...entre...tengo que leer esto mas detenidamente :)