Ilustración de Antonio Bermeo
Pero entiéndale, nadie
es feliz enjaulado, y menos él. A ver, la cosa es esta. Al que sabemos le
entretiene caminar, y salía siempre con su caja ronca bajo el brazo, mirando
las calles abarrotadas de gente que iba a algún evento en el parque. Claro,
para que no le noten se tapaba los cuernos
bajo el sombrero, aunque ya luego lo hacía por costumbre, porque él sabe
que no hay diferencia.
Considerando donde
vive, es natural que el agua fresca le guste mucho; y por eso, de cuando en
cuando se escapa de sus tinieblas para pasear entre el follaje de las riberas y
siempre elige esta ciudad ¡Y es que ríos tenemos muchos!
Claro, últimamente los
ríos están secos; al punto que el título de matadero ya no le va a ninguno, y
la gente totalmente despreocupada, concentrada en la aplicación de turno. Eso
le saca de quicio. Yo le he visto guardar mal genio sus manos en los bolsillos
y con su voz cavernosa, de longo ruco que es, se va refunfuñando maldiciones.
Cuestionando, pues, quién mismo es el diablo.
Y bueno; antaño, si
algo le enojaba, se iba para el centro a buscar algún mal portado a quién
tentar o de plano arrastrar consigo hasta sus calabozos. Pero con los años la
tarea se complicaba. Verá, el método era simple: se paraba en alguna esquina y
lanzaba algún comentario sugerente como el que no quiere nada y, el que menos,
se volteaba a mirar fingiendo rechazo; pero ya se iba con ideas de pecado,
corriendo a casa para desquitarse con su pareja… o con la de alguien más.
Si estaba con ánimos
de cacería la estrategia era distinta y dejaba caer al descuido anillos de oro
o chucherías así, para ver quién le hacía el favor de escondérselo en el
bolsillo. A esos, ahí mismo se los cargaba al hombro y antes que alcancen a
patalear asustados, “¡puf!” desaparecían, llevados a las llamas, gritando
suplicas.
En cambio, si la
persona le salía decente y le devolvía el objeto “extraviado” el asunto se
ponía interesante. Era cosa de invitarle un café, pretendiendo agradecimiento,
y sacarle a punta de conversaciones puntiagudas las confesiones necesarias para
proseguir y, aunque le gustan el dolor y
los gritos, él agradecía mucho el cambio de eventos porque en el fondo este
método le traía el orgullo de llevarse a sus condenados bien sonreídos, casi
que por voluntad propia ¡Porque cumplían sus deseos!
Los más humildes
morían satisfechos luego de atragantarse plato tras plato con exuberantes
delicias o de emborracharse con sustancias exóticas, de esas que se cuentan en
fábulas medievales. Otros, más afortunados, tenían la oportunidad de vengarse
del pariente odioso, del amante egoísta o del jefe tacaño, una ganga dos
muertitos en un sólo golpe de lengua. Las damas de sociedad mojigatas de deseos
innombrables y los honrosos caballeros cabeza de familia se iban con el mismo
gesto agradecido, cansados de aullar luego de ser penetrados de todas formas
posibles.
¡Esos eran tiempos!
Luego el trabajo ya no le era tan sencillo. Los comentarios insinuantes ya no
hacían efecto y las doradas carnadas pasaban desapercibidas. “La gente anda
distraída” se repetía para reconfortarse. Pero sabiendo el lio que le iba a
armar el Patrón.
Claro, el tema es que
se necesitan penitentes para llenar las fosas del abismo, y si él no cumple su
cuota, el Patrón es capaz de mandarle al mismísimo infierno. No literal, porque
eso ya lo hizo.
No, no. No me pregunte
del Patrón. Para la Historia él es trascendente, pero innecesario. Bueno, si
quiere saber quién es él, mejor pregúntese usted ¿Quién más es capaz de dar
órdenes al mismísimo diablo? Pues ni más ni menos que el que le creó ¿Si ve?
Bueno, da igual. Mejor vaya y lea la biblia que ahí están todas las respuestas.
¿En qué iba? En la
gente distraída ¡Obvio! Eso pensaba al inicio y no es de extrañarse, yo mismo
no sé cómo la gente no se cae caminando con los ojos puestos en los aparatos
esos. Pero luego se dio cuenta que el asunto es otro.
Le costó mucho, porque
con esas manos pesadas, de dedos gruesos, endurecidos de siglos de meter
tridente a gente en llamas, controlar un ratón no le fue nada fácil; pero luego
de muchos intentos creó una cuenta en una red social y pasó horas absorto en
las pendejadas que publica la gente. Al principio emocionado ¡Las multitudes
que podría llevarse si postear fuera pecado! Un día en Tinder y lista la cuota
de varias semanas. Pero el Patrón nunca fue bueno para escuchar; en realidad
nunca le importó la comunicación en general. Utópico era proponer que a estas
alturas tome en cuenta ni lo que la gente le reza, mucho menos lo que publica.
Pero no se confunda.
Por bobas que sean, ni las redes sociales ni las publicaciones son el problema.
Por ahí se enteró él, no más. Lo que en
verdad le preocupó es que ya no les importa. Que se esfumó la vergüenza, que el
truco de la manzana ya no sirve.
Y es que antes les
decías lo que sea y andaban tan arrepentidos de ser zurdos o de mezclar lino
con seda que hasta echaban chivos al desierto. Trabajar con gente así era una
delicia. Ahora es lo mismo dar los buenos días a confesar envidias, orgullo o
gula. La gente no teme a la aventura de una noche, ni a ser homo o trans o bi,
o nada de eso. Las mujeres no quieren hijos y otras les dan la razón. O sea, la
gente cada vez más hace lo que le da la gana. Y sin miedo no hay lugar para el
diablo ni su Patrón.
Ya va entendiendo qué
grave esto ¿Ve? Entonces, buscando alternativas, averiguó sobre el “moderno”
sistema penitenciario. Tanto pecador junto era prometedor, y con visitar
nuestras cárceles casi se lleva a unos cuantos al infierno… pero por piedad, y
eso se lo tienen prohibido.
Por suerte le llegó la
solución, y de las mismas redes. El Patrón le tenía prohibido saber leer, pero
siendo él como es, hace tiempo que había aprendido a escondidas, y andaba
revisando los viejos estatutos, buscando respuestas. Pues resulta que entre
tanto papel polvoriento, encontró una pequeña cláusula sobre aquellos que
predican con palabras vacías, de esos que publican la oración del día o le
ponen amén a todo; y aunque el demonio esté jodido porque verdaderos
arrepentidos ya no existen, de los falsos sobran.
Y por eso el diablo
anda así. Porque metido ahí, entre tanta red social, enjaulado en la oficina,
ya no tiene tiempo de ir a ver los ríos. Pero no tiene de otra, porque la
estrategia funciona. Vaya y vea. Calabozo con puro cristiano hipócrita,
católico por costumbre o new age ingenuo, en fin, todito lleno de puro
creyente. Son los únicos que quedan para quemar, toditos yesca, toditos leña.
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Agradecimiento: Muchas
gracias a mi amigo Antonio por la magnífica ilustración, mejor no pudo estar!
Aclaración: El río
Tomebamba (del kitchwa Tumipamba), en Cuenca – Ecuador, fue bautizado por los
religiosos de la época como “Julián Matadero” con la intención de apaciguar su
torrente; argumentando que los destrozos que causaba se debían a que llevase un
nombre pagano. El término “Matadero”, se utilizó puesto que en dicho río
funcionaba el camal, sin embargo en la concepción popular se suele atribuir dicha
expresión a su historia de desastres, y por el tono de este cuento, esa es la
connotación que se le ha dado.

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