
“Sueño con serpientes, con serpientes de mar” Los versos de tal obra maestra resonaban en mi cabeza; me equivoco, más que resonar, martillaban mi cabeza. Y es que, a apenas a tres o cuatro horas de viaje en auto desde donde me encontraba, uno de los más importantes exponentes latinoamericanos de la canción de autor –que en cuba desarrolló personalidad propia, terminando por auto-denominarse “trova”– se presentaba en concierto gratuito a miles de personas de todo el país que viajaron a presenciar lo que, muy posiblemente, fue el último recital que Silvio Rodríguez daría en nuestra patria. El transporte público que, desde diferentes ciudades, recibió a cientos de personas con el único propósito de trasladarlas al evento y de regreso a la ciudad de inicio, también fue gratuito. Considerando mi situación en ese momento, era natural que repasar todo esto, produciría que los versos de aquella canción golpeen hasta lograr herirme.
No podía ser de otra forma; en ese momento yo me encontraba confinado a una butaca de cine, el único escape que –ingenuamente– consideré podría sacarme de mi frustración al no poder viajar, presenciando en pantalla el resultado de un análisis de mercado realizado por la Paramount Pictures y Spyglass Entertainment, que determinó que la evocación de cierto recuerdo de nuestra infancia, produciría en millones de adultos jóvenes (interesante público al ser económicamente activos y, hasta cierto punto, fácil de manipular) una vibración en sus fibras emocionales que desencadenaría una asistencia masiva a los teatros y salas de cine, lo cual redundaría en algunos pocos insignificantes millones de dólares, para los realizadores del filme.
Claro, el uso de la emotividad es un recurso incluso trillado actualmente (producciones mediocres como “Transformes” uno y dos, “dragon ball”, “X men origins”, y aberraciones como “Freddy Vs. Jason” y “Alien vs depredador”, son algunas de las últimas películas que han usado este recurso para garantizar su rentabilidad) y por eso me siento algo abochornado al admitir que, a pesar de saber de antemano que la presentación sería un fiasco, me encontraba –repito– confinado a una butaca de cine mirando GI-joe. Había caído en la trampa de los realizadores y les había entregado parte de mi sueldo, arduamente ganado; por lo que solo quedaba resignarme y tratar de encontrar en las siguientes dos horas algo de entretenimiento.
Misión fallida. Además de los efectos especiales, que demostraban claramente la intención de gastar en dos o tres escenas llamativas que cumplan cabalmente con los estándares de hollywood (eso es: explosión, tragedia, fuego, gritos y primer plano del héroe) y dejar para el resto del rodaje una calidad visual deplorable, nos encontramos un guión común y una trama ordinaria; a lo que, como si fuera poco, se sumó una dirección basada en clichés, que en pantalla parecían remedar las actitudes y frases estereotipadas que de niños usábamos para semejarnos a nuestros héroes, estirando el brazo y repitiendo mecánicamente “a luchar por la justicia!”.
Y eso me introduce –“al fin” dirá usted, querido lector– al tema de esta entrada. Y es que, desde niños hemos sido bombardeados por una cantidad de estímulos destinados a generar la compra compulsiva e irracional de una serie de productos. Ojo, este no es un texto activista en contra del consumismo: yo también soy un comprador compulsivo, y también satisfago mis represiones de la infancia adquiriendo productos sin sentido ahora que tengo el poder adquisitivo para hacerlo. No, el tema central de este espacio es el arte, el verdadero arte.
En mi tonto pensamiento (Famosa frase de una gran amiga) y sin ánimos de abordar el arte desde su filosofía, considero que cualquier manifestación artística debe ser capaz de generar emociones en el público basada en un modelo estético, cualquiera que este sea. Y es que, desde nuestros primeros ancestros, el ser humano ha manifestado la necesidad de generar formas de expresión de la belleza, permitiéndonos experimentar lo sublime de una idea (ya sea realidad o fantasía) cuando ha sido filtrada por la particular visión de un verdadero artista. El problema aparece cuando esta necesidad pudo comercializarse de forma masiva.
Immanuel Kant En su obra “Crítica del juicio” (1790) proponía que los objetos pueden ser juzgados bellos cuando satisfacen un deseo desinteresado que no implica intereses o necesidades personales (dios bendiga a la enciclopedia encarta) Y aquí radica el problema, cuando la tecnología nos permitió transmitir una misma obra de arte a miles de personas de todo el mundo, se generó una industria particularmente rentable, y con tanto potencial que no podía pasar desapercibida por los intereses de ciertos grupos con el poder económico suficiente para echarla a andar. Sin embargo, era evidente que ciertas expresiones artísticas tenían mayor aceptación que otras dentro del público general y, como cualquier buen empresario hubiera hecho, dedicaron sus esfuerzos a vender esos estilos, que garantizaban grandes ingresos. Repito, no estoy en contra del modelo de consumo que las grandes corporaciones han generado. El problema nace en ese punto, cuando la empresa del arte (no sé si por premura en su intento de ganar dinero o por falta de verdaderos artistas que puedan trabajar a esa velocidad) empieza a garantizar sus ingresos basados en la venta de una misma idea y, ya que les va tan bien, deciden olvidar la idea principal, generando todo lo que inimaginablemente se pueda vender basados en la misma idea inicial, pero sin el concepto artístico; en otras palabras, venden ideas re utilizadas, que en apariencia podrían parecer arte, pero que no tienen las bases estéticas necesarias para ser consideradas como tal. En ese punto, se dio la enajenación de la industria de la belleza, dando a luz a la llamada “industria del entretenimiento”.
Las expresiones artísticas que mayor enajenación han sufrido son la música, el cine y –no tan notoriamente– la literatura. En el primer caso los ejemplos son casi infinitos, ahora mismo estoy escribiendo mientras los parlantes de mis vecinos sofocan el ambiente con canciones de regaeton y del autor Ricardo Arjona; hecho que de algún modo les agradezco puesto que me permiten utilizarlo como ejemplo de lo que la industria de la música ha hecho con el arte.
Este compositor, que se dio a conocer como un rotundo éxito de masas, para luego desaparecer de los grandes escenarios y re apareciendo nuevamente con un modelo mucho más comercial; es, según mi criterio, uno de los “músicos” que más desvirtúan este oficio. No solo por su composición, que repite una y otra vez el mismo esquema esperanzado en que, con un poco de maquillaje, nadie lo note; sino por sus letras, que no pueden ser descritas más que como cliches a las que se dio algo de ritmo; tanta es la mediocridad del artista (me refiero a sus dotes como tal, no a su capacidad de hacer dinero) que no solo es interminable la lista de debates que generan sus letras, que más de uno considera son plagios a grandes compositores; sino que sus colegas critican su poco talento, práctica poco común en este medio, pero necesaria en casos así.
Siguiendo con el análisis, nos encontramos con el más reciente de todos, el séptimo arte. No voy a negar que, tanto desde las iniciativas de las grandes productoras como desde el cine independiente, existan obras maestras capaces de inspirar las emociones más variadas e intensas y por las que me puedo considerar un verdadero adicto a las pantallas de los teatros. Pero definitivamente, la lista de estos filmes es relativamente corta, si se la compara con todas aquellas que fueron concebidas desde el inicio, solo como medios de adquirir ganancias. Esta lamentable realidad ha ido en aumento en los últimos años, en los que parecería que los guionistas de Hollywood empiezan a perder creatividad, puesto que no hay mes que no se estrene una adaptación insuficiente, algún remake desesperado o precuelas y secuelas totalmente innecesarias; demostrándonos que en este sector, tratándose de conseguir ingresos, el fin justifica los medios.
Por último, en lo que refiere a la literatura, mi primer acercamiento a un fracaso causado por ánimo de lucro, fue la siempre prescindible serie de libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que me vi obligado a leer en mi época de colegio y que tantos traumas generó en mi y algunos compañeros. Desde ahí he conocido varios libros que buscan solo el rédito de sus autores, como el caso del “Código Da-Vinchí” que, dejando de lado la polémica que generó, nos vende una historia tan predecible como corriente, o la serie de la autora J. K. Rowling (Sobre esta última no puedo opinar puesto que no me he dado el tiempo de leer su obra) que, a gracias a su pequeño mago, se ha convertido en la primera persona en este ámbito que ha alcanzado el título de multimillonaria.
Todos los ejemplos mencionados tienen la característica de haber sido pensados a favor de la rentabilidad del producto que generaban. Las grandes ideas, por el contrario, deben ser pensadas y repensadas (algunos utilizan el término “masticar una idea”) hasta que puedan ser grandes por sí mismas, porque la idea en si es tan fantástica que es inevitable que el público aprecie su belleza; y si el creador de la misma genera dinero en el proceso, todo es más que deseable; claro, la influencia de trabajos anteriores siempre existe (todo el mundo está influenciado) y son claras en la obras posteriores, pero lo que las hace sublimes, no es la influencia, sino lo que el artista pudo generar a partir de ella, obteniendo un producto notablemente propio.
Lamentablemente, como he dicho en párrafos anteriores, desde niños hemos sido bombardeados por las tendencias comerciales del “arte” y por lo tanto, se nos hace difícil no comprar cine, literatura o “música sencilla y reciclada” (como la define el cantautor Fernando Delgadillo). Claro, gracias a la segmentación de públicos, incluso aquellos que repudian (yo no repudio, solo critíco) las creaciones “artísticas” de índole comercial, son un target deseable para ciertas empresas, comercializando productos más adecuados para ellos y que adquieren gustosos. Como dice Kevin Johansen en su canción “Cliché”, “al final son un poco de lo mismo”: al final todos somos consumistas. Así que, lo admito, seguiré comprando modelos de “arte comercial”, dado a luz de una idea masticada por alguien más y por alguien antes que él, pero por lo menos, cual si comprara una goma de mascar re-utilizada y vuelta a dar forma, me seguiré quejando por ese regusto a saborizante artificial.
PD.: gracias a Blog de Cine por darme tanto material para linkear!!!
8 comentarios:
Leito, lo lamento... solo te puedo decir que pense un monton en usted, durante el concierto...
En cuanto a tus comentarios, es cierto, totalmente, yo que he vivido unos añitos mas que tù... vengo viendo las mismas peliculas, series y que decir de las canciones, puros covers y versiones modernas de lo mismo, pero en medio de todo te cuento que tuve una grata sorpresa en el concierto de mi querido SILVIO!!! existìa un nùmero considerable de jovenes que como tu, todavia valoran lo que es realmente el arte y la poesìa, tambien puedo decir lo mismo en cuanto al festival intercolegial "Mirada Jòven", en donde los chicos son libres y encuentran espacios adecuados donde dar rienda suelta a su creatividad y sensibilidad, aprenden a defender su ideologia y sus pensamientos, claro esta con un adecuado marco, esto es talleres de cine, libretos, poesìa etc.
El problema esta en la pobre educaciòn que tenemos, que siguen formando prototipos de lo que los directivos de centros educativos creen "ideal" / Another brick in the wall..., No perdamos las esperanzas, y si nos fijamos siempre hay esos chispazos de genialidad, regados a nuestro alrededor, debemos buscar con detenimiento y todavìa encontraremos arte del bueno, y en efecto seguiremos siendo parte del consumismo que nos ofrece el negocio del entretenimiento. " Este año en todo caso por la situaciòn economica ya sabe Consumismo... carro, consumisma... casa, etc).
En lo que discrepo, mi querido amiguito.., es en el caso de Harry Potter, he tenido momentos increibles, con la magia y fantasia de esta serie, con mi hijo compartimos la lectura de toda su obra... J. K. Rowling y la industria del cine lo supieron aprovechar y vender muy bien... eso es cierto, pero me encanta!!!
Glenda
Glendita, créame, no critico a Harry Poter, no lo he leido solo digo que es un libro enfocado en la venta(y creo que queda claro en el texto) El link en esa parte en específico, es para la película que salió y que si me parece la peor entrega de las 6.
Interesante el género que has publicado, se debe tener gran suerte para conseguirlo.
Estimado Leo, me gusto mucho el articulo que escribio y le cuento que al igual que Usted hubiese querido estar en el concierto de Silvio Rodriguez, pude ver algo de la presentación que fue transmitida en la TV, pero lamentablemente no presentaron todo y me quede con las ganas de ver mas de Silvio en concierto. Comparto mucho de sus ideas a cerca del Septimo Arte y bueno dejeme felicitar su habilidad para transmitir y contagiar de emoción, mediante la escritura.
Ma. Elena
Hola Leo,
Muy interesante el tema tratado en tu artículo, el arte como tal refleja mucho lo que artista quiere expresar, ahora, estamos en un contexto en el que todo es consumo y lo único que podemos esperar es este tipo de expresiones. Por otro lado, por que? existen este tipo de expresiones, es porque existen personas que lo consuman.
Es un tema de gran profundidad, por cuanto no se trata solo gustos y preferencias, sino de formación y educación. Entonces probablemente las formas de expresión podrían cambiar si cambian quienes las perciben; solo que aquí entramos en otro ámbito. ¿donde queda la libertad de expresión? o ¿debe existir límites?.
Muy bueno el tema. y para conversar por un largo momento.
Felicitaciones.
En realidad el afán de lucro y el consumismo han "raptado" la noción de arte y de belleza. La esencia del ser humano está delineada por la belleza esencial de la madre naturaleza, pero ahora es el medio el que nos dice lo que es bello y desde que puntos de vista debemos de juzgarlo. Desde lo que vemos, escuchamos, leemos y hasta lo que sentimos está supeditado por lo que el sistema nos manda a creer como "bello".
La subjetividad de la belleza, que se supone depende del ojo que observa, ahora depende de la "crítica especializada" y de los designios de la moda. Muchas obras maestras han sido destrozadas cuando se las lleva a la pantalla grande.
Pienso que frente a esta realidad es menester que seamos proactivos y que fomentemos entre nuestros cercanos una cultura de análisis, de lectura entre líneas que nos permita realmente desmenuzar las apariencias y nos lleve a descubrir y disfrutar la belleza esencial en todas sus formas
Richard, muchas gracias por su comentario. Realmente muy bueno su punto de vista y el panorama que plantea con respecto a la libertad de expresión sería digno de un debate de horas, personalmente no estaría de acuerdo. Realmente tiene también razón con respecto a la educación, más no porque la gente esté mal educada sino porque está mal direccionada, nos han educado en que lo comercial es lo bueno, con todo ese tema de que “si nadie compra por algo ha de ser”.
muy interesante Leo..me parece que aportaría mucho el que leas las teorías de consumo (la industria del entretenimiento es un consumo), de Zygmund Bauman en la "Vida Líquida"...insisto, lee mi tesis :)
Publicar un comentario