Sintió la madera contra sus labios como un exquisito beso
limpio; empezó a soplar y la vibración que se produjo en su boca se acompañó de
una hermosa melodía sutil y algo triste que tibió el alma de todos los
asistentes; alguno soltó una lágrima que se disimuló bien bajo las gafas
oscuras. Él mismo tuvo que contenerse para mantener el pausado ritmo y la
cadencia tierna de la melodía.
Ella, su amada, no entendía de música pero solía quedarse
extasiada viéndole tocar su clarinete. Él era un gran músico y más de una vez
trató de explicarle los tonos, ritmos, escalas y grados hasta perder la
paciencia y terminarle gritando lo tonta que era; “¡Muda!” le gritó más de una
vez mientras juraba no intentar nunca enseñarle cosas que no iba a poder
entender; sin embargo ella lo idolatraba, a él y a su arte, y se pasaba horas estupefacta
viéndolo.
Un día su admiración llegó al límite cuando, mientras él no
estaba, abrió el estuche del instrumento, lo armo y empezó a inspeccionarlo;
intentó emitir algún sonido, pero su decepción fue grande al no conseguir más
que un graznido doloroso a los oídos; en lugar de eso prefirió inspeccionar la
serie de llaves perfectamente ubicadas, conformando una pieza simplemente
maestra, hermosa en su construcción y en su propósito. Decididamente llevó el
clarinete a su cuello y empezó a acariciarse con él; el sutil toque del palo
rosa mesclado con el frio del metal de las claves le causaba un estremecimiento
placentero, lleno de sensaciones confusas y aceleradas, que corrían
descontroladamente desde su garganta hasta el instrumento y de vuelta,
penetrando ambos por igual en un delicioso desorden lleno de nostalgia; de
pronto empezó a sentir que la perfección del instrumento con sus piezas de
metal y las astillas de la madera empezaban a clavarse bajo su piel y sentía cómo
se abrían camino las llaves hasta apoderarse de sus cuerdas vocales, llenándole
de su hermosa melodía y arreglando su voz que hace tiempo se había extinto por
una enfermedad que la había enmudecido desde niña. Inconsciente de sus impulsos
separó sus labios aspiró fuertemente y empezó a emitir pequeños graznidos
sutiles, los primeros sonidos que emitía desde hace años.
Tan extasiada estaba que la sorpresa al ser descubierta por
su esposo le hizo soltar el instrumento cuyas llaves saltaron en el impacto contra el suelo y
fueron a parar dispersas por el cuarto, brillantes como estrellas. Los gritos y
los golpes fueron muchos en aquella ocasión, pero no se compararon con el dolor
de la culpa que sentía por destrozar el arte tan amado de su hombre.
Él recordaba ahora esto, y tantas cosas más, con demasiada
tristeza. Ella había perdonado tanto. Y sin ser consciente, las lágrimas
brotaron y le recorrieron la cara; algunas hasta caminaron por la silueta del
instrumento, todo esto sin detener ni agraviar la melodía del réquiem, única
obra compuesta para su amada. Esto no se lo perdonaría.
----------------------------------------------------
Créditos de la imagen:
Clarinete 2: Pixabay

1 comentario:
Por un momento la magia del clarinete me hizo pensar que la historia podría tener un desenlace distinto :/
Publicar un comentario