domingo, 24 de junio de 2012

Clarinetes y silencios





Sintió la madera contra sus labios como un exquisito beso limpio; empezó a soplar y la vibración que se produjo en su boca se acompañó de una hermosa melodía sutil y algo triste que tibió el alma de todos los asistentes; alguno soltó una lágrima que se disimuló bien bajo las gafas oscuras. Él mismo tuvo que contenerse para mantener el pausado ritmo y la cadencia tierna de la melodía.

Ella, su amada, no entendía de música pero solía quedarse extasiada viéndole tocar su clarinete. Él era un gran músico y más de una vez trató de explicarle los tonos, ritmos, escalas y grados hasta perder la paciencia y terminarle gritando lo tonta que era; “¡Muda!” le gritó más de una vez mientras juraba no intentar nunca enseñarle cosas que no iba a poder entender; sin embargo ella lo idolatraba, a él y a su arte, y se pasaba horas estupefacta viéndolo.

Un día su admiración llegó al límite cuando, mientras él no estaba, abrió el estuche del instrumento, lo armo y empezó a inspeccionarlo; intentó emitir algún sonido, pero su decepción fue grande al no conseguir más que un graznido doloroso a los oídos; en lugar de eso prefirió inspeccionar la serie de llaves perfectamente ubicadas, conformando una pieza simplemente maestra, hermosa en su construcción y en su propósito. Decididamente llevó el clarinete a su cuello y empezó a acariciarse con él; el sutil toque del palo rosa mesclado con el frio del metal de las claves le causaba un estremecimiento placentero, lleno de sensaciones confusas y aceleradas, que corrían descontroladamente desde su garganta hasta el instrumento y de vuelta, penetrando ambos por igual en un delicioso desorden lleno de nostalgia; de pronto empezó a sentir que la perfección del instrumento con sus piezas de metal y las astillas de la madera empezaban a clavarse bajo su piel y sentía cómo se abrían camino las llaves hasta apoderarse de sus cuerdas vocales, llenándole de su hermosa melodía y arreglando su voz que hace tiempo se había extinto por una enfermedad que la había enmudecido desde niña. Inconsciente de sus impulsos separó sus labios aspiró fuertemente y empezó a emitir pequeños graznidos sutiles, los primeros sonidos que emitía desde hace años.

Tan extasiada estaba que la sorpresa al ser descubierta por su esposo le hizo soltar el instrumento cuyas llaves saltaron en el impacto contra el suelo y fueron a parar dispersas por el cuarto, brillantes como estrellas. Los gritos y los golpes fueron muchos en aquella ocasión, pero no se compararon con el dolor de la culpa que sentía por destrozar el arte tan amado de su hombre.

Él recordaba ahora esto, y tantas cosas más, con demasiada tristeza. Ella había perdonado tanto. Y sin ser consciente, las lágrimas brotaron y le recorrieron la cara; algunas hasta caminaron por la silueta del instrumento, todo esto sin detener ni agraviar la melodía del réquiem, única obra compuesta para su amada. Esto no se lo perdonaría. 


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Créditos de la imagen:

Clarinete 2: Pixabay




1 comentario:

Velizk dijo...

Por un momento la magia del clarinete me hizo pensar que la historia podría tener un desenlace distinto :/