viernes, 27 de enero de 2017

Nueva Yesca



Ilustración de Antonio Bermeo

Pero entiéndale, nadie es feliz enjaulado, y menos él. A ver, la cosa es esta. Al que sabemos le entretiene caminar, y salía siempre con su caja ronca bajo el brazo, mirando las calles abarrotadas de gente que iba a algún evento en el parque. Claro, para que no le noten se tapaba los cuernos  bajo el sombrero, aunque ya luego lo hacía por costumbre, porque él sabe que no hay diferencia.

Considerando donde vive, es natural que el agua fresca le guste mucho; y por eso, de cuando en cuando se escapa de sus tinieblas para pasear entre el follaje de las riberas y siempre elige esta ciudad ¡Y es que ríos tenemos muchos!

Claro, últimamente los ríos están secos; al punto que el título de matadero ya no le va a ninguno, y la gente totalmente despreocupada, concentrada en la aplicación de turno. Eso le saca de quicio. Yo le he visto guardar mal genio sus manos en los bolsillos y con su voz cavernosa, de longo ruco que es, se va refunfuñando maldiciones. Cuestionando, pues, quién mismo es el diablo.

Y bueno; antaño, si algo le enojaba, se iba para el centro a buscar algún mal portado a quién tentar o de plano arrastrar consigo hasta sus calabozos. Pero con los años la tarea se complicaba. Verá, el método era simple: se paraba en alguna esquina y lanzaba algún comentario sugerente como el que no quiere nada y, el que menos, se volteaba a mirar fingiendo rechazo; pero ya se iba con ideas de pecado, corriendo a casa para desquitarse con su pareja… o con la de alguien más.

Si estaba con ánimos de cacería la estrategia era distinta y dejaba caer al descuido anillos de oro o chucherías así, para ver quién le hacía el favor de escondérselo en el bolsillo. A esos, ahí mismo se los cargaba al hombro y antes que alcancen a patalear asustados, “¡puf!” desaparecían, llevados a las llamas, gritando suplicas.

En cambio, si la persona le salía decente y le devolvía el objeto “extraviado” el asunto se ponía interesante. Era cosa de invitarle un café, pretendiendo agradecimiento, y sacarle a punta de conversaciones puntiagudas las confesiones necesarias para proseguir y, aunque le gustan el  dolor y los gritos, él agradecía mucho el cambio de eventos porque en el fondo este método le traía el orgullo de llevarse a sus condenados bien sonreídos, casi que por voluntad propia ¡Porque cumplían sus deseos!

Los más humildes morían satisfechos luego de atragantarse plato tras plato con exuberantes delicias o de emborracharse con sustancias exóticas, de esas que se cuentan en fábulas medievales. Otros, más afortunados, tenían la oportunidad de vengarse del pariente odioso, del amante egoísta o del jefe tacaño, una ganga dos muertitos en un sólo golpe de lengua. Las damas de sociedad mojigatas de deseos innombrables y los honrosos caballeros cabeza de familia se iban con el mismo gesto agradecido, cansados de aullar luego de ser penetrados de todas formas posibles.

¡Esos eran tiempos! Luego el trabajo ya no le era tan sencillo. Los comentarios insinuantes ya no hacían efecto y las doradas carnadas pasaban desapercibidas. “La gente anda distraída” se repetía para reconfortarse. Pero sabiendo el lio que le iba a armar el Patrón.

Claro, el tema es que se necesitan penitentes para llenar las fosas del abismo, y si él no cumple su cuota, el Patrón es capaz de mandarle al mismísimo infierno. No literal, porque eso ya lo hizo.

No, no. No me pregunte del Patrón. Para la Historia él es trascendente, pero innecesario. Bueno, si quiere saber quién es él, mejor pregúntese usted ¿Quién más es capaz de dar órdenes al mismísimo diablo? Pues ni más ni menos que el que le creó ¿Si ve? Bueno, da igual. Mejor vaya y lea la biblia que ahí están todas las respuestas.

¿En qué iba? En la gente distraída ¡Obvio! Eso pensaba al inicio y no es de extrañarse, yo mismo no sé cómo la gente no se cae caminando con los ojos puestos en los aparatos esos. Pero luego se dio cuenta que el asunto es otro.

Le costó mucho, porque con esas manos pesadas, de dedos gruesos, endurecidos de siglos de meter tridente a gente en llamas, controlar un ratón no le fue nada fácil; pero luego de muchos intentos creó una cuenta en una red social y pasó horas absorto en las pendejadas que publica la gente. Al principio emocionado ¡Las multitudes que podría llevarse si postear fuera pecado! Un día en Tinder y lista la cuota de varias semanas. Pero el Patrón nunca fue bueno para escuchar; en realidad nunca le importó la comunicación en general. Utópico era proponer que a estas alturas tome en cuenta ni lo que la gente le reza, mucho menos lo que publica.

Pero no se confunda. Por bobas que sean, ni las redes sociales ni las publicaciones son el problema. Por ahí se enteró él, no más.  Lo que en verdad le preocupó es que ya no les importa. Que se esfumó la vergüenza, que el truco de la manzana ya no sirve.

Y es que antes les decías lo que sea y andaban tan arrepentidos de ser zurdos o de mezclar lino con seda que hasta echaban chivos al desierto. Trabajar con gente así era una delicia. Ahora es lo mismo dar los buenos días a confesar envidias, orgullo o gula. La gente no teme a la aventura de una noche, ni a ser homo o trans o bi, o nada de eso. Las mujeres no quieren hijos y otras les dan la razón. O sea, la gente cada vez más hace lo que le da la gana. Y sin miedo no hay lugar para el diablo ni su Patrón.
Ya va entendiendo qué grave esto ¿Ve? Entonces, buscando alternativas, averiguó sobre el “moderno” sistema penitenciario. Tanto pecador junto era prometedor, y con visitar nuestras cárceles casi se lleva a unos cuantos al infierno… pero por piedad, y eso se lo tienen prohibido.

Por suerte le llegó la solución, y de las mismas redes. El Patrón le tenía prohibido saber leer, pero siendo él como es, hace tiempo que había aprendido a escondidas, y andaba revisando los viejos estatutos, buscando respuestas. Pues resulta que entre tanto papel polvoriento, encontró una pequeña cláusula sobre aquellos que predican con palabras vacías, de esos que publican la oración del día o le ponen amén a todo; y aunque el demonio esté jodido porque verdaderos arrepentidos ya no existen, de los falsos sobran.


Y por eso el diablo anda así. Porque metido ahí, entre tanta red social, enjaulado en la oficina, ya no tiene tiempo de ir a ver los ríos. Pero no tiene de otra, porque la estrategia funciona. Vaya y vea. Calabozo con puro cristiano hipócrita, católico por costumbre o new age ingenuo, en fin, todito lleno de puro creyente. Son los únicos que quedan para quemar, toditos yesca, toditos leña.


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Agradecimiento: Muchas gracias a mi amigo Antonio por la magnífica ilustración, mejor no pudo estar!


Aclaración: El río Tomebamba (del kitchwa Tumipamba), en Cuenca – Ecuador, fue bautizado por los religiosos de la época como “Julián Matadero” con la intención de apaciguar su torrente; argumentando que los destrozos que causaba se debían a que llevase un nombre pagano. El término “Matadero”, se utilizó puesto que en dicho río funcionaba el camal, sin embargo en la concepción popular se suele atribuir dicha expresión a su historia de desastres, y por el tono de este cuento, esa es la connotación que se le ha dado.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Normalidades



Jonás salió de su novia y se acostó bocarriba exhausto; dio un suspiro antes de girar para mirar preocupado a su pareja. Desde hace algún tiempo que Virginia traía una cara de desgano cuando el sexo concluía, que el pobre joven ya no sabía cómo moverse para que ella empiece a disfrutar como lo hacía antes. Desde el inicio, incluso siendo su primera vez y con todo el drama que eso implica; la niña -porque entonces aún era una niña- había disfrutado montones con las sacudidas y el sudor y la vergüenza y la inexperiencia de por medio; al punto que era ella la que no perdía el momento de invitar a su enamorado cada vez que sabía que sus padres la iban a dejar sola. Esto llegó al punto en que Jonás llegó a estar muy preocupado y hasta pensó en ir a consultar con el párroco, pero con los meses entendió las ventajas de su situación y decidió callar y ver para otro lado; para el lado rico. Sin embargo; desde hace un tiempo atrás empezó a notar en su pareja cierto desinterés, y aunque nunca presionaron el freno, ya no demostraba la misma pasión y lo que es peor, esa apatía empezó a expresarse en momentos no relacionados al sexo y eso ya se estaba poniendo cansón.

-Amor, qué piensas? -le preguntó Jonás.
-Nada -respondió con apatía
-En serio? -el tono era más de reclamo que de pregunta- Hace rato que andas así y no sé por qué, y cada vez que te pregunto que “qué pasa”, tú me sales con alguna cosa y nada…
-Ay, qué quieres que te diga? No pienso en nada, solo veía el techo.
-Claro, es que es divertidísimo ver el techo! -y luego de una pausa- En serio, estoy preocupado. Siento que no me estás diciendo algo, y tú y yo siempre nos contábamos todo; sabes que para mí eso era lo mejor entre nosotros y ahora… Amor, por fa, ya llevamos casi cinco años…
-Lo mejor entre nosotros era el sexo, Jonas; tú lo sabes -Respondió ella con cara de pasiva hostilidad- Ok, ese es el tema. Mi primera vez  fue contigo, y aunque me gusta mucho, hace tiempo que no hay nada nuevo, siempre es lo mismo y lo mismo y yo me empie…
-Pero si siempre intento que variemos!
-Ay Jonás, no me jodas, vos porque de vez en mil me pones de perrito, ya crees que eso es variar! -él la miraba petrificado- Ay sí, no sientes que hay algo más? Que nos perdemos de algo?

Jonás había visto varias películas pornográficas, pero nunca para sacar ideas, y cada vez que se encontraba con algo a lo que no estuviera acostumbrado, se le coloreaba la cara y prefería apagar el computador.

-Bueno… Si te sentías así debiste… -se detuvo al ver la determinación con que Virginia se incorporaba para sentarse sobre la cama.
-Lámeme el ojo. -dijo ella casi como una orden, con voz de militar.
-Qué? -el asustado novio se sentó también.
-Los japoneses se lamen los ojos! Imagínate, qué cansados estarán los pobres de lo mismo y lo mismo, que se inventan esas cosas! Dale, quiero que me lamas.
-Te refieres al párpado o a..? Se contuvo un momento con cara de duda, ansiando haber acertado, pero no.
-No, dentro del ojo, quiero tu lengua en el blanco y verde de mi ojo.
-Pero eso no es normal
-Ay, te has metido en Google? -le dijo con dureza, y continuó- Anda a Google y mete ahí la cochinada más puerca que se te ocurra y vas a ver a cuánta gente le gusta lo mismo. Ya todo es normal, Jonás, lo que hay que saber es donde buscar.

El pobre tipo no sabía qué hacer. Quería complacer a su novia en todo, pero esto se le hacía muy extraño: nunca ocupó su lengua en nada que no fuera comer o besar y hasta el sexo oral se le hacía extraño. “Cinco años sin variar” escuchó que murmuraba ella mirando para otro lado y él, asustado pero resuelto, le tomó por los lados la cabeza y se acercó con la lengua por fuera. El primer contacto fue sutil, pero ni bien esa lengua sintió la comisura deliciosa que se le metía por las papilas, empezó a recorrer de afuera para dentro lenta pero confiadamente, disfrutando cada milímetro brillante, cada pestaña que por los lados le acariciaba, cada sensación salina y hasta pudo sentir una diferencia entre el iris y el resto del ojo. Se preguntó si dependería del color.

-Verdes -dijo él embobado
-Ay, quita! -le reprocho ella mientras lo empujaba a un lado.
-Qué pasó? No te gustó? -Preguntó el pobre bastante decepcionado.
-Huy no, que fue! Realmente esos chinos están locos!
-No era Japón?
-Ay, da igual! -dijo ella extenuada- No, no, esto no va. Esto no es.

Esa noche ya en su casa, Virginia empezó su cotidiana búsqueda en Internet. Hace tiempo que investigaba qué experimentar pero no encontraba algo que le agrade por completo y no espante tanto a su novio. Con lo guapa que era, podría haber conseguido fácil con quién experimentar y hasta llegó a pensar que una amante mujer podría ser interesante, pero amaba mucho a Jonás y jamás lo podría engañar. Entre página y página, ya no sabía ni cómo había llegado hasta ahí, pero terminó por encontrar algo que le interesó bastante.
La página estaba llena de narraciones de una prometedora práctica sexual. La idea era simple, lo único que había que hacer era registrarse en la página y, según tu alineación sexual, te conectaba a una persona anónima con una tendencia a fin y luego de indagar un poco vía chat, y si las dos partes parecían disfrutar de la otra, quedaban en una fecha y un lugar donde, con los ojos vendados, hacían el amor hasta agotarse y luego se despedían para siempre. La única regla era nunca quitarse la venda. Siempre anónimos y siempre intrigante, la página recalcaba lo notable de una experiencia que nunca podría cansar, porque nunca acababas de conocer.

-Ya sé que quiero. -le dijo a Jonás un día cualquiera en la mesa de un café- Ya sabes, de lo que hablamos el otro día, el día del ojo.

Jonás, aunque algo intrigado no quería profundizar en el tema  pero escuchó paciente como su novia le explicaba su nueva manía, poco a poco asustándose más, hasta que no pudo controlar la indignación y tratando de calmarse dijo:

-Te estás dando cuenta que tú y yo ya nos hemos visto mucho, verdad? -no esperó la respuesta y continuó- o sea, lo que me propones es acostarte con otro tipo? -y miró a su novia con cara de decepción y angustia.
-Ay Jonás, vos sí que eres bobo! -respondió con la rapidez de quién ensayó con anterioridad, y explicó- ¿Cómo te voy a proponer eso? si yo te quiero mucho. No mira, la cuestión es así; yo ya estuve chateando con mucha gente y…
-Mucha gente?! Preguntó Jonás.
-Ay, ya te dije Jonás. Tú ahí hablas con muchas personas hasta que encuentras la correcta y -se detuvo un poco- y bueno, fueron muchas porque algunas decían que yo era muy mandona o simplemente no me gustaban. Pero bueno, el punto es que buscando, buscando encontré una chica que me pa…
-Una chica? Ok, esto se está p…
-Me vas a dejar que te cuente? -se defendió para no tener que explicar nada- Mira, ella se llama Blanca, y es muy buena gente. Y yo estaba pensando en si te gustaría que la invite.
-Y para qué, Virginia? Cuál es tu plan? Qué pretendes hacer con esa chica? Dime? -decía Jonás tratando de mantener su voz por lo bajo.
-Nos vamos al hotel del papá del Juan, le pedimos que nos arriende una habitación y hacemos el amor con blanca vendados, qué te parece?
-Me estás proponiendo un trio? -el pobre quería poner cara de indignación pero ya no lo conseguía, ella miró hacia un lado.
-Bueno, no. No exactamente. Es que ella es la única que me gustó, pero ella no quiere saber nada de que haya un tipo en el cuarto.
-Ah, entonces me quedo afuera? Les escucho por la puerta?
-No Jonás, nosotras vamos a estar vendadas, yo quiero que tú estés adentro, viéndonos. Seguro te va a gustar.

Jonás temblaba levemente, y empezaba a sudar;  miraba el azúcar, movía el café, miraba la hora sin verla realmente, levantó la mirada hacia ella y dijo:

-Ok, si eso es lo que quieres, yo lo hago, pero con una condición.

Virginia se esperaba alguna cosa así de su novio, y había planificado la respuesta para diferentes escenarios. Pero no para ese.

-Quiero que me dejes lamerle.
-Qué? -ella rara vez se sorprendía.
-Sí, le quiero lamer. -insistió- Amor, desde el día del ojo… Ay! no te imaginas. Mira, yo no sabía que mi lengua era así de sensible, no paro de pensar en repetirlo -hizo una pausa sin saber si debía contar lo que venía, al final se animó- El otro día en la casa, no podía dormir, y me puse a lamer todo lo que encontraba. Empecé con las cosas de la nevera, pero no me gustaron tanto, son las típicas. Pero luego empecé con un cuchillo, la tapa de la olla, y luego en la sala los muebles, el control de la tele, todo, todo!, es delicioso (no el sabor, claro) pero lo que siento en la lengua, yo no sabía lo sensible que era hasta ese día del ojo. Lamo algo nuevo y me erecto -terminó con un pequeño tono de vergüenza.

Virginia, completamente anulada ante la confesión de su novio, no supo qué hacer pero aceptó la condición porque sabía que quizá no tendría otra oportunidad. Lo que sí acordaron es que debería ser muy sutil y solo en momentos donde Blanca no pueda darse cuenta; y nunca en el ojo porque estaría vendada. Después de eso solo quedó arreglar los por menores de la cita

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Blanca entraba algo nerviosa en el lobby del hotel y se acercó a la recepción esperando que todo salga como se lo había dicho Virginia.

-Hola, cómo está? -le dijo al joven de la recepción; este le devolvió el saludo y le preguntó que qué necesitaba.
-Alguien me espera en la habitación tres uno seis, por favor.
-Ah, tú eres la amiga de Virgy. No te preocupes, yo te llevo.

El chico la llevó hasta la habitación y justo antes de abrir la puerta le puso la venda como habían acordado, entraron enseguida y se sentó en la cama. “Ella está por salir” escuchó que le decía el joven y luego la puerta que se cerraba. No esperó nada, inmediatamente escuchó una puerta detrás y la voz de Virgy.

-Blanca, estás? -la voz de Virginia se le hizo muy dulce.
-Sí, acá estoy -y sintió cómo se sentaba en la cama- Estoy un poco nerviosa, nunca había hecho esto.
-Yo tampoco, pero por eso estamos aquí no?
-Sí, pero por qué aquí? -preguntó Blanca- si tú no puedes en la tuya, vamos a mi casa! Yo vivo sola y queda justo junto a la casa de ancianos, no está lejos, pudimos hacerlo allá.
-Que tierna eres. -empezó Virginia en tono tranquilo- ¿Y cómo me ibas a abrir la puerta con los ojos vendados? Además, Juan, el de la recepción es mi amigo de hace años, él es muy buena gente y no le va a contar a nadie, en serio; además, ya estamos aquí y ¿sabes algo?... me encanta tu voz, es muy tierna.

Todo empezó muy despacio. Primero se acercaron se tomaron de las manos y se dedicaron solo a sentirlas, línea por línea, admirando la textura, la forma; luego pasaron al rostro, se acariciaban como si se tuvieran muchísimo cariño y se sonreían con una emoción tierna. Virginia se acercó para besarla mientras se recostaban y la empezó a acariciar completa. Así pasarían algunos minutos hasta que Blanca empezó a sentir más calor del usual y empezó a desvestirse, primero se quitó los zapatos usando los pies y sin detener el beso, empezó con la blusa. La conexión con Virginia era tal, que no se dio cuenta de una extraña sensación que apareció en su pie; incluso cuando se percató de ella pensó que sería la sábana o algo y no fue hasta que sintió algo que se movía hacia la pierna que la pobre se movió asustada para sentarse.

-Odio las cucarachas, qué asco! -gritó mientras trataba de quitarse un insecto imaginario de encima y retiraba su venda. Dio un gritito antes de que Virginia alcance a taparle la boca.
-Blanquita, tranquila, no grites. Él es Jonás, mi novio, déjame que te explique -se detuvo para ver qué respondía Blanca y al ver que movía la cabeza de modo afirmativo empezó a quitar lentamente la mano de la boca de la chica. Continuó- Blanquita, no te asustes, el Jonás no se va a mover -y miró a su novio que se encontraba de pie pálido y completamente inmóvil- Mira blanquita, yo no te conté esto, pero yo tengo novio y yo quería que él nos viera, solo eso.
-Me tocó! -gritó Blanca.

Virginia miró a su novio y dijo

-Que imbécil que eres! -y volteándose hacia a la asustada chica- ok mi novio es un tarado que no cumple las promesas, si, perdón, pero te juro que no quería que las cosas terminen…
-Estás loca, Virginia, estás loca! -se levantó- Están locos! Qué idiota! Ya me había dicho papá que esta era una mala idea, mierda! -decía mientras caminaba moviendo la cabeza, empujó a Jonás tomó sus zapatos y salió azotando la puerta.

El pobre Jonás no alcanzaba a pedir perdón a su novia, explicarle que blanca no se daba cuenta, que no fue su culpa, que tenía los pies tan tersos! Y ella le dijo hasta de lo que se iba a morir, salió del cuarto enojadísima y no le dirigió la palabra hasta la noche cuando lo llamó.

-Ok, estaba pensando y tienes razón, perdón. Quizá no era buena idea incluir a otra persona -empezó Virginia.
-No amor, perdóname tú, yo te amo pero me dejé llevar, perdón. Y sí, estoy de acuerdo, deberíamos dejar las cosas nuevas para otra gente, gente más de ese estilo.
-Bueno, Jonás. Mira. Yo hablaba de meter a otras personas, pero yo aún creo que necesitamos experimentar cosas diferentes, cosas novedosas, en internet hay mucho para leer.

Y Jonás dio un suspiro.

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La búsqueda en internet empezó intensa. Virginia iba de página en página investigando por cosas que le interesen y cada vez que algo le movía una fibra hablaba con Jonás que, culpable por lo de Blanca, hacía lo posible por contentarla. Empezaron con cosas simples, como usar disfraces o ir a citas vestidos el uno del otro, luego pasaron a hacerlo completamente cubiertos en comida, grasa o tierra; los lugares públicos se hicieron comunes, en reuniones de amigos se encerraron en closets donde casi no cabían, se ataban y en el bosque se vistieron de animales de felpa. Jonás al principio quiso ver el lado amable, toda nueva experiencia le exponía a tantas superficies distintas donde pasar la lengua que de hecho llegó a pensar que si la mantenía en forma nunca iba a necesitar viagra. Y él no perdía oportunidad, lamió tierra, telas, peluche, velcro, cuero, plantas del bosque, plantas de zapato y estuvo a punto de probar el cobre de un cable eléctrico, aquella vez que su pareja decidió hacer el amor mientras cada uno sostenía un extremo del mismo.

Y Jonás se empezó a asustar. Si antes del problema con Blanca ya había pensado en visitar al párroco para pedirle consejo, ahora sí que fue; pero el señor, aún con su avanzada edad, resultó tener bastante conocimiento de estas nuevas tendencias de pareja y le aconsejó (no como hombre religioso -dijo él-, sino como “psicólogo certificado”, que resultó ser el curita) que entienda a su pareja y que parte importantísima de una relación es poder vivir una vida sexual plena, y que los tabúes se quedan siempre fuera de la cama.

-De todos los curas del mundo y me tocó el caliente -se quejaba Jonás cuando salía de la iglesia- seguro se anda cogiendo alguna vieja devota en la capilla -Le sonó el teléfono, Virgy quería un café.

Una hora después estaban sentados en la misma situación de siempre.

-Listo, ya sé qué es -empezó emocionada. Jonás aún trataba de fingir emoción- Pero es un poco arriesgada. Mira, hay un grupo de gente que se mete en tiendas, cosas pequeñas, baratas, y agarran algo y se salen, se reúnen y empiezan a hacerlo en algún lado -y al ver la cara de indignación de su novio añadió- algo pequeño, un caramelo.
-No, esto sí que no. No solo estás haciendo algo ilegal, sino que además me arriesgas a que me arresten a mi, no mi amor, hay cosas que no puedo hacer  -Jonás se echó para atrás en su silla, tratando de verse autoritario.
-Ay Jonás, yo sé, pero en serio ya no se me ocurre nada más que hacer, lo único que me gustaba en serio era la idea de Blanca! -y se lo quedo viendo.
-Entonces vamos a la página donde la conociste y busquemos alguien más, a alguien que no le importe que yo esté.
-No, es que tú no entiendes. Tendría que ser Blanca, me siento culpable de cómo se fue; deberíamos compensarle -pausó un momento- ella no debió irse así.
-Entonces hablemos con ella, digamos que quieres pedirle disculpas, que yo no voy a estar, no importa.
-Ay Jonás, vos crees que es así de fácil? Qué yo no lo he pensado? -le dijo ofendida- la página no te da los números, ni nada, solo sé qué se llamaba Blanca, y ni siquiera sé si en serio se llame así.
-Y luego del susto, imposible que esté en la página de nuevo - Jonás añadió leña al fuego sin darse cuenta- bueno, entonces pensemos algo más, pero por favor, que no incluya crímenes, o disfraces de animales, por favor.
-No, tiene que ser ella. Mira, tengo una idea -dijo recuperando la seguridad mientras se inclinaba hacia Jonás.

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A las 2 de la mañana Blanca llegaba bastante cansada y algo borracha a su casa, abrió la puerta, se quitó los zapatos, los tomó en una mano y sin prender las luces empezó a andar en puntillas hasta llegar a su cuarto, una vez dentro cerró la puerta y rendida se tumbó boca abajo sobre la cama. Sin levantarse echó los brazos para atrás  y empezó a quitarse la chaqueta que traía, pero esta se le enredó y mientras forcejeaba para zafar un brazo se dio la vuelta y aún con los ojos cerrados una mano le tapó la boca. En cuanto abrió los ojos se encontró con que una mujer se le había subido encima, trató de moverse pero era muy pesada y más grande que ella y con las manos atoradas en su espala no podía poner mucha resistencia, de repente una voz conocida.

-Perdón, blanca, perdón! -reconoció la voz de Virginia- te juro que no quería hacer esto, pero no sabía cómo más hablarte

Y Blanca seguía forcejeando.

-Perdón, pero sabía que si te timbrábamos a la puerta nos ibas a cerrar en la cara, y yo no quiero que me digas que no de nuevo

Y Blanca dejó de forcejear.

-Así que le obligué al Jonás a que me ayude a entrar, él es bueno con eso, y la puerta del patio ha sido muy fácil

Y el pecho de blanca empezó a hincharse con profundos respiros

-Pero te prometo Blanca, te prometo que te puedo explicar todo, solamente escúchame, y en cuanto a Jonás, él…

Y Blanca cerró los ojos y echó la cabeza para atrás

-Te prometo que él no va a hacer nada, él no quería ni venir, solo me ayudó a entrar, ahora que te tranquilices él se va, si quieres, él es inofensivo!

Y Blanca empezó a gemir. Extrañada Virginia volteo para encontrar a Jonás lamiendo extasiado los pies de la chica.

-Hey! que no ibas a hacer nada! -Le reclamó su enamorada
-Es que son muy tersos! -respondió Jonás para excusarse volviendo a su tarea
-Deja de hacer eso mier…

Virginia se quedó petrificada cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta “Mija? Ya llegaste? Está todo bien?”.

-Pensé que vivía sola! -le reclamó Jonás.
-Eso me dijo ella! -dijo asustada- y ahora qué hacemos?

Pero él solo se la quedó mirando y movió la cabeza. Golpean la puerta otra vez “Mija? Responde, por favor” y otra vez golpea. Virginia, sin saber qué hacer solo pudo ver a Blanca a los ojos y cerrando los propios quitó lentamente la mano de la Boca de la chica. Blanca se quedó callada y de pronto sintió la lengua de Jonás en su dedo gordo.

-Papi, ya yo estaba dormida, vaya a su cama, mañana hablamos -dijo Blanca mirando a los ojos a Virginia.
-Estás segura? -insistió el padre en tono incrédulo.
-Si papito, no se preocupe. Déjeme descansar.
-Ok, ok, que descanses mijita
-La bendición, papá.
-La bendición mija, la bendición -y se alejó la voz murmurando enojada algo sobre las amigas de su hija.

Virginia observaba atónita

-Siempre se queda acá los martes, mañana trabaja cerca -explicó Blanca antes de cerrar los ojos y echar la cabeza para atrás.

Virginia volteó la cabeza y, al ver que Jonás se ocupaba de nuevo en lo suyo, empezó a besar el cuello de la chica para luego bajar poco a poco.

-Me encanta tu lengua -se le escapó a Blanca. Al oír esto Jonás se le acercó
-¿Puedo lamerte un ojo?

Ella hizo un gesto de aprobación y él se agachó para disfrutar al fin de un ojo nuevo, lo hizo lento y ella le siguió el ritmo. Cuando se separó de ella, se quedó unos segundos saboreando, interiorizando la sensación y cuando abrió los ojos murmuró:

-Negros




FIN


Créditos Imagen:




domingo, 24 de junio de 2012

Clarinetes y silencios





Sintió la madera contra sus labios como un exquisito beso limpio; empezó a soplar y la vibración que se produjo en su boca se acompañó de una hermosa melodía sutil y algo triste que tibió el alma de todos los asistentes; alguno soltó una lágrima que se disimuló bien bajo las gafas oscuras. Él mismo tuvo que contenerse para mantener el pausado ritmo y la cadencia tierna de la melodía.

Ella, su amada, no entendía de música pero solía quedarse extasiada viéndole tocar su clarinete. Él era un gran músico y más de una vez trató de explicarle los tonos, ritmos, escalas y grados hasta perder la paciencia y terminarle gritando lo tonta que era; “¡Muda!” le gritó más de una vez mientras juraba no intentar nunca enseñarle cosas que no iba a poder entender; sin embargo ella lo idolatraba, a él y a su arte, y se pasaba horas estupefacta viéndolo.

Un día su admiración llegó al límite cuando, mientras él no estaba, abrió el estuche del instrumento, lo armo y empezó a inspeccionarlo; intentó emitir algún sonido, pero su decepción fue grande al no conseguir más que un graznido doloroso a los oídos; en lugar de eso prefirió inspeccionar la serie de llaves perfectamente ubicadas, conformando una pieza simplemente maestra, hermosa en su construcción y en su propósito. Decididamente llevó el clarinete a su cuello y empezó a acariciarse con él; el sutil toque del palo rosa mesclado con el frio del metal de las claves le causaba un estremecimiento placentero, lleno de sensaciones confusas y aceleradas, que corrían descontroladamente desde su garganta hasta el instrumento y de vuelta, penetrando ambos por igual en un delicioso desorden lleno de nostalgia; de pronto empezó a sentir que la perfección del instrumento con sus piezas de metal y las astillas de la madera empezaban a clavarse bajo su piel y sentía cómo se abrían camino las llaves hasta apoderarse de sus cuerdas vocales, llenándole de su hermosa melodía y arreglando su voz que hace tiempo se había extinto por una enfermedad que la había enmudecido desde niña. Inconsciente de sus impulsos separó sus labios aspiró fuertemente y empezó a emitir pequeños graznidos sutiles, los primeros sonidos que emitía desde hace años.

Tan extasiada estaba que la sorpresa al ser descubierta por su esposo le hizo soltar el instrumento cuyas llaves saltaron en el impacto contra el suelo y fueron a parar dispersas por el cuarto, brillantes como estrellas. Los gritos y los golpes fueron muchos en aquella ocasión, pero no se compararon con el dolor de la culpa que sentía por destrozar el arte tan amado de su hombre.

Él recordaba ahora esto, y tantas cosas más, con demasiada tristeza. Ella había perdonado tanto. Y sin ser consciente, las lágrimas brotaron y le recorrieron la cara; algunas hasta caminaron por la silueta del instrumento, todo esto sin detener ni agraviar la melodía del réquiem, única obra compuesta para su amada. Esto no se lo perdonaría. 


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Créditos de la imagen:

Clarinete 2: Pixabay




miércoles, 29 de febrero de 2012

Culpa



La pequeña paloma, casi un pichón, yacía exhausta en el césped luego de casi media hora de intentar volar. Sus intentos de elevarse ahora solo eran patéticas contracciones. Cerca estaba Juan, el niño que la hirió, observando de pie inmensurablemente maravillado. Cuando el pequeño pájaro dejó de pelear con la gravedad Juan se acercó y lo tomó con cuidado; lo rodeó con ambas manos y lo acercó a su pecho. El nunca trató de herirla, solo jugaba con su pelota cuando el ave cayó de la nada, ni siquiera vio que estaba en el árbol.

Mientras la sostenía tratando de protegerla, empezó a correr a casa; mamá amaba las palomas, ella sabría qué hacer. Sólo esperaba que su nuevo hermano no tenga a mamá muy ocupada; después de todo, últimamente gastaba sus días sólo con el recién nacido. Juan no entendía por qué siempre mamá estaba con él ¡si solo era un pequeño bulto en la cuna!, jamás haciendo nada y obteniendo toda la atención de mamá y papá. Miró entre sus manos, el ave también era un pequeño bulto en ese momento.

De repente Juan dejó de correr. Tomo al pájaro, que se encontraba más calmado, casi como deseando ser llevado con la dama para ser sanado. El pequeño, miró inexpresivo al bulto en sus manos y empezó a apretar. Un chillido agudo salió del pico del ave y luego el silencio. Juan nunca olvidará la emoción de matar, la placentera sensación de los huesos que se rompen soltando un sonido exquisito y la carne vuelta una masa deforme y agradablemente cálida, casi escurriéndose entre sus dedos como plastilina. Y le golpeó la idea; la visión de una cuna color vino. Dejó al ave a un lado y empezó a correr hacia su casa. El patio se le hizo grandísimo, la manija de la puerta más alta, la escalera le llenó de peldaños enredadizos y por fin entró de golpe al cuarto de su hermanito y se lanzó a abrazar la falda de su madre, que se empapó en lágrimas gordas que él forzaba sin reparos, intentando apagar la culpa.

sábado, 10 de diciembre de 2011

GO


No acepta la derrota. Rigoberto lleva años sentándose en la misma mesa y desplegando sus fichas con toda maestría; a sus sesenta años ha estudiado varios libros de estrategia e intentado cada maniobra que se le ocurrió; en ocasiones se pasaba la semana entera elucubrando, jugando consigo mismo y auto ganándose partidas de horas; victorias que festejaba con saltos, gritos, aplausos y ovaciones solitarias por las que todos los vecinos le consideraban loco ¿Qué cosa podría causar tanto grito en un cuarto pequeño al punto que solo alcanzan en él una cama, una pequeña cocina a gas y un semanero viejo?

“¿Ele? ¿Ya llegaste? ¿Cuánto hay que darle al taxista?”

Pero la historia se repite cada lunes; las fichas negras y blancas se reparten por el tablero y pronto las contrarias terminaban siempre en ventaja sometiendo al sombrío sujeto a una (nuevamente) decepcionante derrota.

“¿Qué es esto? ¿Una muñeca? ¿Esas pendejadas enseñan ahora en la escuela?”

Su contrincante, el último de sus seis hijos, era un ser muy diferente a él, y eso que trabajó años por arreglar al muchacho. Tal como su padre lo hiciera con él, Rigoberto se empeñó en enderezar al travieso al punto que parecía que el madero que usaba para castigarle empezaba a adquirir la forma de las partes blandas  del niño; aunque en realidad, cuando este no se comportaba como es debido, no importaba donde cayera el educador pedazo de madera, y tan frecuentes eran esos comportamientos que el pobre de Rigoberto tenía ya las manos callosas de pasar el día entero palo en mano.

 “¡¿Por qué no te comportas?! ¡Una damita no hace eso!”

Aun así, el mocoso no se arregló y ahora, a sus treinta años, se la pasa por la vida como si todo fuera "solucionable", como si los problemas no existiesen y criando a una niña que de lejos se ve que va a terminar siendo igual de maleducada que su padre.

“¡¿Dónde puse el palo?! ¡Vas a ver, carajo!”

Cada vez que pensaba en todo esto, Rigoberto no podía dejar de sentirse frustrado ¿Cómo podía una persona con tan poca disciplina de vida, jugar mejor que él, o lo que es peor, llamarlo “solo un juego”?, término que (Rigoberto lo juraba) usaba solo para irritarlo aún más. Parecía que todo lo hacía para vengarse (¡como si lo mereciera!) de los tantos intentos que realizó por inculcarle buenas costumbres. Pero la siguiente jugada sería del anciano, y ya bosquejaba una idea de cómo superar la fluidez mental de su hijo: desasosiego.

“Deja de gritar ¡Mierda!, ¡ya te voy a dar algo para que llores en serio!”

Sin embargo; este lunes las fichas se quedaron quietas, tan quietas que el anciano las veía tétricas. Asistió puntual y bien vestido a la cita semanal, aun sabiendo que en este punto lo más probable era que su hijo no llegue; seguramente estará buscando todavía a Matilde por el barrio. No se imagina que esa tarde la pequeña decidió escuchar a su abuelo y aventurarse más allá de lo que se le tenía permitido y, como siempre le veía tan solo, decidió incluso llevarle una pequeña muñeca de  plastilina hecha por ella, para que le acompañe al viejito. Cuando Rigoberto volvió a casa, giró las perillas de la estufa y, mientras lentamente se quitaba el traje y lo colgaba en un orden escrupuloso en su percha, se daba cuenta que no tenía más jugadas posibles ¿otra encrucijada puesta por su hijo?

-Je, volví a perder. Se dijo mientras recordaba la última conversación con su nieta (interrumpida por el esfuerzo que le toma al viejo la actividad física): 

“¡Ahora (…) sí (…) vas (…) a (…) saber (…) que (…) la (…) vida (…) no (…) es (…) solo (…) estarse (…) ri (…) en (…) do!”

Se recostó parsimonioso en su diminuta cama, miró el cadáver junto a la puerta e inhalo fuerte el aire que empezaba a intoxicarse con un liberador olor a gas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Amor desde lo básico

(Después de una larga ausencia. Espero concederme más espacio de ahora en adelante)



La barriga, areola prominente de un ombligo que aún contenía los restos de la abundante eyaculación de hace un par de horas, se posaba sobre la diminuta mesa del caffé empequeñeciéndola aún más, y convirtiéndose así en la protagonista de una escena por demás caricaturesca, que se ganó varios cometarios sarcásticos de parte de los meseros.

Al orgulloso dueño de dicha masa de carne, sin embargo, parecía no poder importarle menos lo que la gente podría decir de su aspecto; tal efecto tenía el considerar de su propiedad la otra masa de carne de la cual trata este cuento: su enamorada.

La verdad él se juraba a diario cuánto la amaba, pero desde el primer día no vio en ella más que las torneadas piernas, firme trasero y estrecha cintura; y no por el placer lúbrico que más de una vez le proveyese, sino por el intangible pero mucho más imperioso placer de nutrir el ego cada vez que veía a sus envidiosos amigos desnudar a su fiancé con la mirada, sin poder poseerla. Claro, él no se daba cuenta de que lo que sentía no era amor y fingía escucharle atento mientras ella le contaba estupideces, sin querer admitir a nivel consciente que sus ojos solo prestaban atención al obstinado pezón que se escapaba por el escote.

El esfuerzo, no obstante, que requería tener la atención en dos sitios a la vez y no dejarlo notar, era demasiado para la capacidad intelectual de nuestro co-protagonista, que tenía las neuronas tan sofocadas en testosterona que no podía notar el tono nervioso y discontinuo de su interlocutor corte de carne.

Cuando por primera vez ella lo vio, él era un Ferrari bañado en oro con las llantas manchadas en petróleo. Sucede que sus ojos estaban dañados a partir de que, cuando niña, cayó de la nube desde la que veía a sus padres amarse por encima del dinero, y el impacto le arruinó la vista para siempre; así que no tardó en encontrar al tipo encantador, en la más pura expresión de la palabra y le resultó fácil entregarse entera cuántas veces se lo solicitó, más cuando a cambio en el día a día (que no era más que el interludio de sus faenas) recibía viajes, comida, vestidos y joyas.

Algo faltaba. Aunque ella en su pseudo ceguera lo llamaba amor, no era feliz como quería creer que era, y empezó a notar en la compañía de otros, ciertas necesidades que los detalles de su desprendido financista no acababan de satisfacer. Al final, no importa qué necesidad insatisfecha le impulsó a hacerlo, terminó revolcándose frenéticamente con uno de los conocidos de su querido novio; y lo cierto es que aunque encontró tanto deleite en ese “delirio furioso” ahora tenía un sentimiento extraño que no conseguía definir y al que llamó culpa, aunque en principio no era más que miedo a perder los privilegios que se había ganado. Así, para encubrir su falta, se arregló más de lo usual, llamó de imprevisto y ahora se encontraba sentada frente a su “amado”, desviando su atención al prometerle mil placeres en actitud más que complaciente.

Seguramente se hubiera mantenido mucho más distante si supiera que solo un par de horas antes, él desfogaba sus apetitos en una jovencita, carente casi de atributos físicos, pero que en cambio le proporcionaba la oportunidad de ser él mismo todo el tiempo y representaba la única persona con la que podía reír sinceramente. Tan de improviso fue la llamada que el tipo no pudo ni entrar a la ducha y ahora se encontraba sentado cubierto por sus residuos secos, fingiendo escuchar a su novia, que a su vez se fingía solícita para con él; y así todos los que los ven (y sobre todo, ellos mismos) se convencían inmediato de lo monumental del amor que se tienen. Aunque lo finjan.

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miércoles, 5 de enero de 2011

Abrazos de fin de año.




Aun no entiendo ¿qué sucede? Escucho ruidos, una serie de explosiones que me envuelve me despierta a mitad de la noche, y enseguida un aroma perturbador me entorpece. A pesar del dolor en las articulaciones, me levanto con esfuerzo y empiezo a  caminar. Esa esencia me sacude; es un aire de antaño, un aire que me revive y me aflige, aún sin saber a ciencia cierta de qué se trata.

Voy a la ventana. Camino por la sala abandonada hace tanto; empiezo a recordar cada risa, y cómo escondían la sencillez de aquellas mañanas en las que no entendía del todo lo que pasaba, cuando no me importaba entender.

< ¿Por qué recuerdo? >

Camino y veo a la gente que hace rato que se ha ido; los miro desde muy abajo, desde sus talones, como figuras enormes de pasos lentos y fastidiados. Escucho sus sermones y, aunque ya no es parte de mi conciencia, de mi hábito, escucho callado como me regañan por todo lo que alguna vez hice mal, por lo que pedí perdón, y por lo que me disculparon.

< ¿Por qué me sumerjo en tiempos desgastados? >

Sigo caminando, siempre rumbo a mi ventana. Escucho las tablas sueltas, las que me asustaban por las noches, estremecerse bajo mi peso; recuerdo a mi padre acercándose a reconfortarme en mis temores y recuerdo que confié. Doy un paso más y, aunque veo mis manos arrugadas, me descubro como un niño hipnotizado por el ayer ¡¿Por qué?! ¿Acaso el esfuerzo no valió? ¿Acaso reprimir no fue suficiente? El aroma recientemente encendido se coagula en mi nariz, el corazón se atora, me siento apretado en un sin número de fantasías de infancia mal cumplida.

Y entiendo. El olor, ¡Lo conozco! Es pólvora quemada, se mete en mi organismo y me enferma de memoria, de nitidez sobre el pasado que me empeñé en opacar. Ahora el pueblo es más despiadado, quema más pólvora; se empeña en que recuerde, que sepa a qué sabe la distancia. Me restriega el significado del aroma: son abrazos, es familia y amigos. Sé que me está llevando lejos y no me gusta donde, pero avanzo masoquista.

Al fin llego a mi ventana, miro en la calle a los vecinos festejando, deseándose fortunas, comiendo uvas y corriendo con sus maletas. Y paseándose entre toda esa gente hilarante lo veo. Es el nuevo año, una silueta negra, esforzándose por mostrarse ante mí con destellos de color; recordándome el inicio de un nuevo ciclo, que toda la incertidumbre se borra ante promesas de un mejor porvenir. Yo le niego, le mantengo lejos; sé que las promesas desaparecen, le explico que la gente miente, que se va, que te quedas solo y no sabes luego a quién acudir. Le hablo del amigo inspirador que ya no ves más que una vez al año, de la amiga que te apoyaba y que se fue, y del gran amor que de apoco se olvidó de ti y se alejó callada y lentamente, esperando así (sin lograrlo) no causar daño.

Le explico que no se bien de quien es la culpa. Que yo también alejé gente; que la gente se alejó de mí, que no estoy para conversaciones y que me gustaría seguir así. Que ahondar en lo profundo del por qué solo causa problemas de razón y por último: ¡que me deje en paz! Que no quiero pensar, que me conviene más, para no llorar, asumir que estamos acá, que es lo que hay y que nada va a cambiar.

Me doy cuenta de mi contradicción, de mi deseo sin cumplir; de toda la gente que quisiera ver pero me ha olvidado, de toda la gente que quisiera nunca se haya alejado, de toda la gente que ya no recuerdo y que quisiera recordar. Y me empiezo a sentir de nuevo solo cuando me doy cuenta de que hablo conmigo mismo a falta de compañía. “¡Feliz año! ¡Feliz año y que vengan muchos más!” Me digo,  “Así, una vez al año, podrás recordar a todos los que perdiste y a los que dejaste que se vayan”.

Al final, me quedo solo. Recupero la compostura, espero una palmada en la espalda y no llega.  De nuevo no llega. Cuantas veces desprecié la cursilería de estas fiestas, con tanto alboroto y besos que deseché. Tuve que envejecer para entender que de nada vale empezar un año sin la gente que te abrace.



(¡Feliz año! y gracias a todos los que me acompañan día a día)


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