miércoles, 5 de enero de 2011

Abrazos de fin de año.




Aun no entiendo ¿qué sucede? Escucho ruidos, una serie de explosiones que me envuelve me despierta a mitad de la noche, y enseguida un aroma perturbador me entorpece. A pesar del dolor en las articulaciones, me levanto con esfuerzo y empiezo a  caminar. Esa esencia me sacude; es un aire de antaño, un aire que me revive y me aflige, aún sin saber a ciencia cierta de qué se trata.

Voy a la ventana. Camino por la sala abandonada hace tanto; empiezo a recordar cada risa, y cómo escondían la sencillez de aquellas mañanas en las que no entendía del todo lo que pasaba, cuando no me importaba entender.

< ¿Por qué recuerdo? >

Camino y veo a la gente que hace rato que se ha ido; los miro desde muy abajo, desde sus talones, como figuras enormes de pasos lentos y fastidiados. Escucho sus sermones y, aunque ya no es parte de mi conciencia, de mi hábito, escucho callado como me regañan por todo lo que alguna vez hice mal, por lo que pedí perdón, y por lo que me disculparon.

< ¿Por qué me sumerjo en tiempos desgastados? >

Sigo caminando, siempre rumbo a mi ventana. Escucho las tablas sueltas, las que me asustaban por las noches, estremecerse bajo mi peso; recuerdo a mi padre acercándose a reconfortarme en mis temores y recuerdo que confié. Doy un paso más y, aunque veo mis manos arrugadas, me descubro como un niño hipnotizado por el ayer ¡¿Por qué?! ¿Acaso el esfuerzo no valió? ¿Acaso reprimir no fue suficiente? El aroma recientemente encendido se coagula en mi nariz, el corazón se atora, me siento apretado en un sin número de fantasías de infancia mal cumplida.

Y entiendo. El olor, ¡Lo conozco! Es pólvora quemada, se mete en mi organismo y me enferma de memoria, de nitidez sobre el pasado que me empeñé en opacar. Ahora el pueblo es más despiadado, quema más pólvora; se empeña en que recuerde, que sepa a qué sabe la distancia. Me restriega el significado del aroma: son abrazos, es familia y amigos. Sé que me está llevando lejos y no me gusta donde, pero avanzo masoquista.

Al fin llego a mi ventana, miro en la calle a los vecinos festejando, deseándose fortunas, comiendo uvas y corriendo con sus maletas. Y paseándose entre toda esa gente hilarante lo veo. Es el nuevo año, una silueta negra, esforzándose por mostrarse ante mí con destellos de color; recordándome el inicio de un nuevo ciclo, que toda la incertidumbre se borra ante promesas de un mejor porvenir. Yo le niego, le mantengo lejos; sé que las promesas desaparecen, le explico que la gente miente, que se va, que te quedas solo y no sabes luego a quién acudir. Le hablo del amigo inspirador que ya no ves más que una vez al año, de la amiga que te apoyaba y que se fue, y del gran amor que de apoco se olvidó de ti y se alejó callada y lentamente, esperando así (sin lograrlo) no causar daño.

Le explico que no se bien de quien es la culpa. Que yo también alejé gente; que la gente se alejó de mí, que no estoy para conversaciones y que me gustaría seguir así. Que ahondar en lo profundo del por qué solo causa problemas de razón y por último: ¡que me deje en paz! Que no quiero pensar, que me conviene más, para no llorar, asumir que estamos acá, que es lo que hay y que nada va a cambiar.

Me doy cuenta de mi contradicción, de mi deseo sin cumplir; de toda la gente que quisiera ver pero me ha olvidado, de toda la gente que quisiera nunca se haya alejado, de toda la gente que ya no recuerdo y que quisiera recordar. Y me empiezo a sentir de nuevo solo cuando me doy cuenta de que hablo conmigo mismo a falta de compañía. “¡Feliz año! ¡Feliz año y que vengan muchos más!” Me digo,  “Así, una vez al año, podrás recordar a todos los que perdiste y a los que dejaste que se vayan”.

Al final, me quedo solo. Recupero la compostura, espero una palmada en la espalda y no llega.  De nuevo no llega. Cuantas veces desprecié la cursilería de estas fiestas, con tanto alboroto y besos que deseché. Tuve que envejecer para entender que de nada vale empezar un año sin la gente que te abrace.



(¡Feliz año! y gracias a todos los que me acompañan día a día)


Créditos imagen:
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4 comentarios:

Priscila Carpio dijo...

Me hiciste llorar... Y si, la vida es para compartir, o si no de que vale celebrar las alegrias y tristezas, uno solo. Te amo hermano, tambien te extrañe y te extraño todo el tiempo!!!

nenuk dijo...

=( ... es triste... y si lo importante es saber q una festividad no es la comida, ni los regalos, ni las luces... es lo q vives junto a los q amas,,, es lo q llena esos espacios huecos... la suerte no es las uvas, ni las maletas... es el abrazo q te dan los q amas... y es lo q alimenta tu fortuna cada dia...

Humberto Dib dijo...

Hola, Lightless, llegué a tu blog por un contacto en común, me pareció muy bueno. Voy a seguirte.
Aprovecho la oportunidad para invitarte al mío.
Un saludo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com

Anónimo dijo...

Es triste... Pero es verdad... NEGRITA...